Helicobacter pylori es una bacteria gram negativa de tipo espiroqueta, es decir, con forma de sacacorchos, que vive en la pared del estómago y secreta una molécula (ureasa) que neutraliza el ácido del estómago.
El producto resultante de la acción de esta molécula unido al ácido normal del estómago es tóxico para las células que lo recubren así como otras sustancias producidas por esta bacteria, por lo que las células se dañan, generándose así una ruptura de las uniones celulares e inflamación.
Esta inflamación se conoce como gastritis, y puede desarrollarse sin manifestaciones o bien originar la expresión clínica propia de gastritis aguda, que consiste en dolor epigástrico, náuseas, vómito y el conocido como “ardor de estómago” además de una fuerte sensación de dispepsia, es decir, sensación de saciedad prematura incluso habiendo comido poco.
La gastritis generalmente empieza afectando a la parte más cercana al esófago y se va extendiendo.
Aunque se cree que habita el estómago de muchos individuos asintomáticos (algunas fuentes hablan ya de que incluso un 50% de las personas podríamos ser portadores), su patogenia puede desencadenarse si hay un entorno genético proclive y/o un individuo vulnerable (por ejemplo, con un sistema inmune debilitado)
Es responsable del 98 % de las gastritis crónicas y en el 80 % de los pacientes con úlcera gástrica. Además, al producir un descenso del pH estomacal hace que no se pueda llevar a cabo una digestión adecuada (muchas de las moléculas encargadas de cortar y procesar los alimentos necesitan el pH ácido del estómago para activarse). De hecho, al no poder procesar correctamente los alimentos, pueden producirse simultáneamente sensibilidades alimentarias.
Además puede tener complicaciones graves, como adenocarcinoma y linfoma gástrico. De hecho, se calcula que Helicobacter Pylori es el causante de la mayoría de carcinomas gástricos occidentales, de ahí la importancia de una buena erradicación.
¿Cuándo sospecharemos que un paciente tiene una infección por Helicobacter?
Cuando el paciente muestre uno o varios de los síntomas mencionados anteriormente: sensación constante de indigestión, dolor en la mitad superior del abdomen, reflujo…
Además, los pacientes pueden mostrar manifestaciones extradigestivas como anemia ferropénica refractaria, púrpura trombocitopénica idiopática, asma o enfermedad inflamatoria intestinal.
El método más utilizado para diagnosticar la infección por esta bacteria es una prueba de aliento en la que se detecta urea marcada.
¿En qué consiste esta prueba?
Como mencionábamos al inicio del artículo, Helicobacter pylori secreta ureasa, una “tijera” que degrada la urea en dióxido de carbono (CO2) y amoníaco (NH3). Si tomamos una solución con urea marcada, el CO2 marcado resultante se eliminará en la respiración y, mediante aparatos especialmente diseñados se puede detectar en el aire espirado y confirmar así la presencia de la bacteria.
Es una prueba no invasiva y que presenta muy buena sensibilidad y especificidad. Además, es posible usarla pre y post tratamiento, para evaluar la eficacia de este.
¿Cómo podemos tratarla?
El tratamiento menos cruento y simultáneamente eficaz para pacientes consiste en reforzar la mucosa, como por ejemplo con zinc carnosina, utilizar antibióticos herbáceos como el orégano o el ajenjo, disminuir la actividad de la ureasa de Helicobacter con berberina y desplazar su presencia con probióticos como Lactobacillus reuteri DMS 17648
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